Los 12 Trabajos de Hércules

Hércules es el héroe mitológico por excelencia.
Sus hazañas no sólo entretenían a los hombres griegos a modo de relatos épicos sino que simbolizaban otros aspectos que eran importantes para ellos, como la invariabilidad del destino y el crecimiento personal, convirtiéndose en un modelo a seguir.

Hércules era el hombre fuerte, semi-mortal criado bajo las tutelas de seres míticos y extraordinarios que forja su propio destino sin los yugos de los dioses. Él se enfrenta a las iras divinas cara a cara y sale victorioso, es conocedor de sus capacidades y está seguro de sí mismo, pero Hércules también es mortal, así que dispone de comportamientos humanos, ello lo hace más vulnerable a los ojos del hombre griego, pues el héroe también se equivoca. Ese aspecto le confiere un halo más humano, algo que los griegos conocen bien, pues toda su religión está basada en deidades antropomórficas donde se cuestiona la personalidad y actitud de los propios Dioses, las debilidades forman parte del carácter de éstos y se muestran en cada relato sacro.

Hércules es hijo de Zeus y de Alcmena, el dios se enamoró perdidamente de ella por lo que aprovechando la ausencia de su marido Anfitrión que estaba luchando contra los teleboides, tomó su forma engendrando a Hércules. Anfitrión a su llegada yació con su esposa por lo que igualmente engendró otro hijo, con unas horas de diferencia, al que llamaron Ificles. Cuando Hera se enteró, enfureció de cólera y sabiendo que Zeus le había procurado una fuerza física descomunal a Hércules, y que había predicho que éste sería rey de Argos, postergó el nacimiento de los niños hasta los 10 meses y adelantó el de su primo Euristeo, haciéndolo por edad heredero de la corona de Argos. La propia diosa intentó matar al bebé cuando contaba con ocho meses de vida poniendo dos serpientes venenosas en su cuna pero Hércules logró matarlas con sus propias manos.

Cuando Hércules creció y Hera vertió en su copa un veneno que lo enloqueció y, tan loco se volvió, que mató a su mujer y sus propios hijos confundiéndolos con enemigos.

Zeus obligó a Hera que devolviera la razón a Hércules pero Hércules fue castigado por matar a su familia (aunque la verdadera culpa fue de Hera) a servir de esclavo durante 12 duros años a su primo Euristeo, rey de Micenas. Éste que quería quitárselo de encima le mando los “doce trabajos de Hércules"

                                 Hércules es el héroe mitológico por excelencia.
Sus hazañas no sólo entretenían a los hombres griegos a modo de relatos épicos sino que simbolizaban otros aspectos que eran importantes para ellos, como la invariabilidad del destino y el crecimiento personal, convirtiéndose en un modelo a seguir.

Hércules era el hombre fuerte, semi-mortal criado bajo las tutelas de seres míticos y extraordinarios que forja su propio destino sin los yugos de los dioses. Él se enfrenta a las iras divinas cara a cara y sale victorioso, es conocedor de sus capacidades y está seguro de sí mismo, pero Hércules también es mortal, así que dispone de comportamientos humanos, ello lo hace más vulnerable a los ojos del hombre griego, pues el héroe también se equivoca. Ese aspecto le confiere un halo más humano, algo que los griegos conocen bien, pues toda su religión está basada en deidades antropomórficas donde se cuestiona la personalidad y actitud de los propios Dioses, las debilidades forman parte del carácter de éstos y se muestran en cada relato sacro.

Hércules es hijo de Zeus y de Alcmena, el dios se enamoró perdidamente de ella por lo que aprovechando la ausencia de su marido Anfitrión que estaba luchando contra los teleboides, tomó su forma engendrando a Hércules. Anfitrión a su llegada yació con su esposa por lo que igualmente engendró otro hijo, con unas horas de diferencia, al que llamaron Ificles. Cuando Hera se enteró, enfureció de cólera y sabiendo que Zeus le había procurado una fuerza física descomunal a Hércules, y que había predicho que éste sería rey de Argos, postergó el nacimiento de los niños hasta los 10 meses y adelantó el de su primo Euristeo, haciéndolo por edad heredero de la corona de Argos. La propia diosa intentó matar al bebé cuando contaba con ocho meses de vida poniendo dos serpientes venenosas en su cuna pero Hércules logró matarlas con sus propias manos.

Cuando Hércules creció y Hera vertió en su copa un veneno que lo enloqueció y, tan loco se volvió, que mató a su mujer y sus propios hijos confundiéndolos con enemigos.

Zeus obligó a Hera que devolviera la razón a Hércules pero Hércules fue castigado por matar a su familia (aunque la verdadera culpa fue de Hera) a servir de esclavo durante 12 duros años a su primo Euristeo, rey de Micenas. Éste que quería quitárselo de encima le mando los “doce trabajos de Hércules"

                                 El león de Nemea

En primer lugar Euristeo le ordenó traer la piel del león de Nemea, animal invulnerable nacido de Tifón. Yendo en busca del león, llegó a Cleonas y se alojó en casa de un jornalero llamado Molorco; cuando Molorco se disponía a inmolar una víctima, Heracles le pidió que esperara treinta días y, si regresaba indemne de la cacería, ofreciera el sacrificio a Zeus Salvador, mientras que si moría, se lo dedicara a él como héroe. Una vez en Nemea y habiendo rastreado al león, primero le disparó sus flechas, pero al darse cuenta de que era invulnerable, lo persiguió con la maza enarbolada; cuando el león se refugió en una cueva de dos entradas, obstruyó una, entró por la otra en busca del animal, y rodeándole el cuello con el brazo lo mantuvo apretado hasta que lo estranguló; luego lo cargó sobre sus hombros hasta Cleonas. Encontró a Molorco en el último de los treinta días dispuesto a ofrendarle una víctima por creerlo muerto, y entonces dedicó el sacrificio a Zeus Salvador y llevó el león a Micenas. Euristeo, receloso de su vigor, le ordenó que en lo sucesivo no entrara en la ciudad sino que expusiera la presa ante las puertas. […] 

                                      La Hidra de Lerna

Como segundo trabajo le ordenó matar a la Hidra de Lerna. Esta, criada en el pantano de Lerna, irrumpía en el llano y arrasaba el campo y los ganados. La Hidra tenía un cuerpo enorme, con nueve cabezas, ocho mortales y la del centro inmortal.
Heracles, montado en un carro que guiaba Yolao, llegó a Lerna y refrenó los caballos; al descubrir a la Hidra en una colina, junto a la fuente de Amimone donde tenía su madriguera, la obligó a salir arrojándole flechas encendidas, y una vez fuera la apresó y dominó, aunque ella se mantuvo enroscada en una de sus piernas. De nada servía golpear las cabezas con la maza, pues cuando aplastaba una surgían dos. Un enorme cangrejo favorecía a la Hidra mordiendo el pie de Heracles. Él lo mató y luego pidió ayuda a Yolao, quien, después de incendiar parte de un bosque cercano, con los tizones quemó los cuellos de las cabezas e impidió que volvieran a crecer. Evitada así su proliferación cortó la cabeza inmortal, la enterró y le puso encima una pesada roca, cerca del camino que a través de Lerna conduce a Eleúnte. Abrió el cuerpo de la Hidra y sumergió las flechas en su bilis. Pero Euristeo dijo que este trabajo no sería contado entre los diez porque no había vencido a la Hidra Heracles solo sino con ayuda de Yolao.
               
                        Las aves de la Laguna Estinfalia
En el cielo apareció una nube negra. Los campesinos la observaron y comprendieron: había llegado la hora del hambre y la miseria. Eran los pájaros de la laguna Estinfalia. Huyendo de los lobos que amenazaban devorarlos en su región de origen, ellos emigraron a los bosques que rodean a la laguna. Y allí establecieron su nueva morada. Se multiplicaron, y ahora constituyen una legión hambrienta y poderosa, que asola los campos, devora los frutos, diezma los trigales. Hércules debe luchar contra ellos. Destruir completamente la plaga de la laguna Estinfalia. Tal es la orden de Euristeo. La laguna está sucia. En la fangosa superficie de sus aguas flotan restos de animales y vegetales. Y apesta terriblemente a cosa muerta.
Hércules camina en medio de la oscuridad del bosque, buscando a sus enemigos, que descansan de la cacería del día. Fatigado por la larga búsqueda, finalmente se duerme. Por la mañana se despierta con el Sol en la cara y la inmediata visión del peligro. En los árboles, un ejército negro se prepara a invadir la tierra. Los pájaros –de alas inquietas y plumas de acero, afiladas como puñales- están ya dispuestos a arrancar a los campesinos el fruto de horas de trabajo. Para alcanzarlos más fácilmente con sus flechas, sin arboles que estorben la visión, Hércules decide hacer que las aves abandonen el bosque. Recoge los címbalos de bronce confeccionados por el habilidoso Hefesto (Vulcano), dios del fuego, y agradece con una oración a Atenea (Minerva), la diosa de la sabiduría, que le haya ofrecido ese presente. Empieza hacer sonar furiosamente los címbalos. El estrépito amedrenta a los pájaros, que salen de la sombra del bosque y recortan en el cielo sus nítidos perfiles.
Hércules tiende el arco. Apunta la flecha. Y empieza a tirar. Una a una, con precisión, las saetas van matando a los pájaros. La sangre resbala por las plumas de acero. Hércules coloca los cadáveres en un enorme cesto y los lleva a Micenas.

                                    El Jabalí de Erimanto

El siguiente trabajo que Euristeo encomendó a Hércules fue dar caza con vida al jabalí de Erimanto, nombre del monte por cuyas laderas sembraba esta bestia el terror y la destrucción.
El legendario héroe se enfrentaba una vez más a la difícil tarea de dar caza a una criatura única en su especie. Si bien la cierva de Cerinia había destacado por su frágil belleza y extraordinaria rapidez, el jabalí con el que iba a enfrentarse era una criatura de una fuerza y brutalidad inusitadas. Se alimentaba de seres humanos y sus patas hollaban la tierra con tal potencia que la hacían temblar como si se tratara de un terremoto. Era capaz de arrancar del suelo con sus cuernos de media luna las raíces de los árboles y con una sed insaciable de destrucción recorría campos y sembrados, arrasando todo lo que se cruzaba a su paso.
Camino a la Élide, donde vivía el monstruoso jabalí, Hércules acabó con la vida de Sauro, un bandido cruel famoso por no tener piedad con sus víctimas y que encontró el fin de sus fechorías entre los fuertes brazos del hijo de Zeus. En agradecimiento por haber acabado con el ladrón, Hércules fue agasajado por Folo, un centauro que residía por aquellas tierras. Folo, como Quirón, era un centauro sabio y amable y no compartía el carácter fiero y adusto de los de su raza. Feliz por la desaparición del malvado Sauro, acogió en la cueva que le servía de morada al héroe y le ofreció carne asada y vino de unas cráteras antiquísimas que atesoraba en lo más recóndito de la gruta y que había preparado el mismo Dioniso muchas generaciones antes, previendo que el centauro recibiría en un futuro la visita del más grande de los hombres.
Pero no todos los centauros eran tan hospitalarios como Folo. Casi todos ellos se habían dejado arrastrar por su parte menos humana y comían carne cruda, enfurecidos por el declive de su estirpe, olvidada por los dioses del Olimpo. Al oler el fuerte aroma del vino sagrado, que pensaban reservado para ellos, enloquecieron. No podían consentir que las cráteras de Folo fueran dispuestas para un humano y atacaron la cueva. Hércules se vio rodeado por aquellos seres tan poderosos y extraordinarios, y tuvo que defenderse lanzándoles las flechas que había emponzoñado con la sangre de la hidra de Lerna. Huyeron los centauros al ver que varios de sus compañeros caían derrotados y el mismo Folo, sorprendido por el hecho de que una sola flecha pudiera abatir con facilidad a uno de los suyos, quiso examinar las saetas con sus propias manos, con tan mala suerte que le cayó una de estas en el talón, haciéndole un leve rasguño que le provocó una muerte instantánea.
Entristecido y tras enterrar al noble Folo con grandes honores, Hércules retomó el auténtico objetivo de su viaje y partió en pos del jabalí. Cuando llegó al fin a las inmediaciones del monte Erimanto, encontró por doquier señales de su presencia: árboles arrancados y grandes extensiones de tierra removida, poblaciones enteras abandonadas y parajes desolados en los que las alimañas campaban a sus anchas. . No le costó seguir aquel rastro de destrucción, hasta encontrar al jabalí que, consciente de que no se enfrentaba a un humano cualquiera, huyó con presteza de su cazador. Hércules persiguió al animal lanzando fuertes gritos, hasta acorralarlo en un ventisquero, donde sus fuertes patas se entorpecieron con la nieve, facilitando que el héroe se arrojara sobre sus lomos, para así atarlo con fuertes cadenas y sostenerlo sobre sus incansables hombros. Completado al fin el cuarto de los trabajos, regresó a Micenas cargando con su presa.

                                 La Cierva Cerinia       
Después de enfrentarse al león de Nemea y a la terrible Hidra, Euristeo encomendó a Hércules un trabajo que iba a requerir de él otras virtudes distintas al valor y a la fuerza que hasta ahora había demostrado.
Tenía que capturar con vida a la cierva de Cerinia y llevarla viva hasta Micenas. No era ésta una cierva cualquiera, ya que era tan enorme como veloz y en su tiempo había logrado escapar de la propia Artemis, que sorprendiéndolas a ella y a sus cuatro hermanas, paciendo en un claro de bosque, las unció a todas a su carro, salvo a ella, que huyó libre e indómita.
Hércules sabía por tanto que era ardua la tarea de atrapar a aquel espléndido animal, que había logrado fajarse de la mismísima diosa de los bosques. Sería fácil reconocer a la cierva, no sólo por su gran tamaño, sino porque sus incansables pezuñas eran de bronce y lucía una cornamenta de oro, como si fuera en realidad un ciervo coronado que reinara entre todos los de su especie.
A pesar de ser conocido por su fortaleza, Hércules albergaba en su interior un gran corazón y una enorme sabiduría. Cuando se encontró con la cierva por primera vez, después de largas semanas de viaje, supo apreciar en ella la auténtica belleza, aquella que sólo los dioses o criaturas excepcionales, como aquella, lograban poseer. Entendió que no iba a ser una caza cualquiera, motivada por el hambre o el simple placer de abatir a la víctima, sino que se enfrentaba a la persecución de una criatura que había nacido para ser libre y admirada por sus cualidades.
Nuestro héroe no quería causarle ningún daño, así que se acercó con cautela, tratando de sorprenderla. Pero la cierva, siempre alerta, giró la cabeza y ambos se miraron a los ojos, reconociéndose como presa y captor. Antes de que pudiera siquiera rozarla con sus dedos, la cierva huyó como el rayo, arrancando chispas de las piedras del camino con sus pezuñas de bronce. No era sino el inicio de la que iba a ser una larga persecución. Hércules corrió en pos de la cierva incansablemente durante todo un año, atravesando ríos y praderas, escalando áridas montañas y descendiendo por peligrosas laderas. Como dos sombras fugaces, el cazador y su presa, atravesaron todas las tierras conocidas y llegaron a los confines de la tierra, donde reinos ignotos escapaban casi del alcance de los mapas. Ya que no podía correr tanto como ella, la única solución era no dejarla descansar, para poner a prueba su resistencia.
Finalmente, al límite de sus fuerzas, el perseguidor y su presa llegaron a la lejana Istria y al país de los Hiperbóreos, de los que se decía que eran inmortales. Quiso la cierva refugiarse en el monte Artemisia y poder así aplacar su sed en el río Ladón, que descendía por sus faldas y obtuvo Hércules, con aquel descanso del animal, una segunda oportunidad para atraparla. Consciente de que si se acercaba para asirla de nuevo con sus fuertes manos la cierva advertiría su presencia y reanudaría su fuga, armó su arco y arrojó una flecha certera, que atravesó el hueco existente entre el hueso y el tendón, sin derramar una sola gota de sangre y trabando de esta forma las formidables patas delanteras.

Al borde de las lágrimas, exhausto tras largos meses de caza, alejado de los suyos, dio por acabado aquel largo exilio, acercándose hasta el sorprendido animal y emprendiendo el regreso a Micenas con el vivo trofeo sobre sus cansados hombros, lleno de rabia por verse obligado a privar a aquella bella criatura de una merecida libertad.




                                  Establos del Rey Augías
El siguiente trabajo de Hércules iba a poner a prueba los límites de su dignidad. Euristeo, consciente de que el héroe, debido a su fuerza y sabiduría, iba resolviendo cuantos retos le iba encomendando, quiso humillarle con una tarea indigna y repugnante.
Augías, que había sido uno de los argonautas que había viajado con el gran Jasón, tenía el beneplácito de los dioses y su ganado no sufría nunca enfermedades. Sus innumerables cabezas, entre las que descollaban trescientos toros negros de patas blancas y doscientos sementales rojos, pacían a sus anchas por los alrededores del establo del rey de la Élide. Todo el ganado estaba además protegido por doce descomunales toros plateados, que lo defendían de fieras y ladrones.Pero no era arrebatar a Augías alguno de estos excepcionales animales lo que le ordenó el caprichoso Euristeo a Hércules, sino limpiar los establos en un solo día. Esta tarea, que de por si no era digna de un hijo directo de Zeus, se le presentaba tan repugnante como irrealizable, pues el estiércol de los establos llevaba años sin recogerse y las heces se esparcían por los campos colindantes, propagando un nauseabundo hedor que protegía el lugar con tanta o mayor eficacia que cualquier toro bravo.

Augías, al saber que el mismísimo Hércules se disponía a realizar aquella limpieza imposible, hizo llevar al héroe ante su presencia y quiso motivarle con una recompensa adicional. Juró por los dioses, con su hijo Fileo como testigo, que si Hércules era capaz hacer desaparecer en un solo día toda aquella inmundicia, le haría entrega de la décima parte de su ganado.Hércules aceptó el reto y, tragándose su orgullo, se dirigió sin remilgos a realizar un trabajo tan impropio de él, como si se tratara del más servil de los esclavos. No le fue muy difícil encontrar la ubicación de los establos, porque la pestilencia que los envolvía era como una mancha de suciedad que señalara su ubicación en un mapa. Al estar envuelto en la piel del león de Nemea, Faetonte, el líder de los doce toros que custodiaban los establos, arremetió contra él, confundiéndole con una fiera. Hércules, agradeciendo tener una oportunidad de demostrar su fuerza y valía, asió al toro por los cuernos y le obligó con sus propios brazos a inclinar la testuz. Pero por mucho que pudiera doblar en potencia a aquellos magníficos animales, la suciedad seguía acumulándose en el lugar, recordándole con su hedor que aún no había dado ni un paso adelante en el que era su auténtico cometido.Fue gracias al consejo de Menedemo, que conocía la región, y con la ayuda de su sobrino Yolao, fiel escudero y de siempre vivo ingenio, que Hércules pudo alcanzar el éxito sin necesidad de recoger una sola pala de excrementos, o manchar sus fuertes manos, acostumbradas a tensar el arco y arrojar con fuerza la lanza. Abrieron sendas brechas en las paredes del establo y el héroe desvió el curso de dos ríos que rodeaban el lugar, haciendo que el agua torrencial arrastrara el estiércol muy lejos de allí.


No fue, desde luego, este el encargo que proporcionó más satisfacción a Hércules, porque Augías no quiso entregarle el diezmo pactado, aduciendo que Hércules había realizado la tarea por orden de Euristeo y no de él y que la limpieza la habían hecho en realidad los dos ríos. Por su parte, Euristeo no quiso que el trabajo contara como uno de los doce a realizar, porque Hércules había llegado a un acuerdo con Augías sin su consentimiento. Largas llegaron a ser las deliberaciones de sabios y jueces sobre quién tenía razón y a quién correspondía reconocer la labor realizada. No extrañe al lector que en tiempos tan antiguos encontremos temas tan vigentes, pues los mitos son reflejo de la naturaleza humana. Tras realizar aquel esfuerzo ingrato, Hércules quedó sin recompensa y los dos grandes reyes negaron, como si de empresarios de baja estofa se tratara, que lo hubieran contratado en aquel trabajo basura.   

                                       El Toro de Creta
No eran pocas las hazañas que Hércules había arrojado como un botín de guerra a los pies del soberbio Euristeo y ya dudaba éste que hubiera tarea alguna ante la que el esforzado hijo de Zeus pudiera sucumbir. Embebido en el odio, pasaba las noches en vela, planeando cuál podría ser el próximo trabajo con el que fustigar al héroe.
Obtuvo la esperada respuesta del cielo nocturno. Los cuernos de la luna, suspendidos sobre el palacio como un ornamento prendido sobre la oscuridad,  le recordaron la existencia del temible toro de Creta. Se decía de esta criatura, ya entonces legendaria, que había sido salvada del sacrificio por Minos. Éste le había prometido a Poseidón  el sacrificio de la primera criatura que se acercara a las orillas de las playas de Creta. Apiadado de la magna belleza del animal, que fue el primero en acercarse, tras la promesa realizada, a las aguas, Minos ofreció al dios de los mares en su lugar un toro viejo y enfermizo. Descubrió pronto el tridentino dios el engaño del taimado rey de Creta y castigó a Minos dotando al toro de un poder extraordinario y enfureciéndolo hasta el punto de que las tierras cretenses se vieron asoladas por el enloquecido arado de las pezuñas del toro y por el fuego que desprendía su resuello. De este toro nació el temible minotauro, que Minos recluyó en su famoso laberinto. Había quien afirmaba que se trataba del mismo toro con el que Zeus había utilizado para raptar a Europa. Fuere como fuere, domar a un toro era tarea digna de un rey desde tiempos inmemoriales, en los que los hombres tenían que doblegar a la naturaleza con la fuerza de sus brazos. Eran los cuernos del toro símbolo de fertilidad y abundancia, hermanos por su forma curvada a la curva de la luna y el terrible mugido del animal al retronar de las tormentas que regía Zeus, rey de dioses en el Olimpo.
Cuando Minos supo de la llegada de Hércules a Creta y conoció su intención de domar al toro, quiso poner a su disposición cuantos refuerzos necesitara. Pero Hércules, temeroso de que Euristeo desestimara el trabajo acometido si lo llevaba a cabo con ayuda de terceros, rechazó el ofrecimiento del monarca y se dirigió al encuentro del toro sin compañía alguna. Hombre y bestia se enfrentarían para dirimir cuál de los dos inclinaría la regia testuz por el poder del otro.
Encontró al animal cerca del mar, como si quisiera afrontar de nuevo el sacrificio que había eludido hacía años. Ambos cruzaron la mirada, reconociendo en silencio la espléndida naturaleza del rival y sin dudar un instante se embistieron como dos titanes que lucharan por su primacía. Fue larga la lucha y no sin esfuerzo, Hércules logró que el toro hincara las rodillas sobre la arena. Con esfuerzo y tesón, logró domarlo entre sus fuertes brazos, como si al retenerlo absorbiera lentamente la furia del espléndido animal, que se fue calmando a medida que asumía la derrota.

Semanas más tarde, sentado a las puertas de su palacio, Euristeo sintió cómo su corazón se encogía al oír los vítores de los habitantes de Micenas. Dirigiéndose hacia él con paso majestuoso, Hércules apareció entre la muchedumbre montado sobre los lomos del toro, coronado entre los hombres por su fuerza sobrehumana, como un rey que regresara victorioso de los tiempos en los que la tierra se ganaba por la fuerza de la sangre.  

                             La Yeguas de Diomedes

Ya eran muchas las bestias y criaturas extraordinarias que habían sucumbido a la fuerza del poderoso Hércules, pero vastas eran las tierras y los reinos colindantes y numerosos los peligros a los que el caprichoso Euristeo pudiera enfrentar a nuestro héroe. Conocía el cruel monarca la existencia de cuatro enormes yeguas salvajes, que retenía en sus establos Diomedes, que gobernaba al pueblo de los bistones en Tracia.
No había existido sobre la faz de la tierra caballo tan fiero e indomable como estas bestias. Amarradas con gruesas cadenas de hierro a unos pesebres forjados en bronce, causaban el terror entre aquellos que osaban acercarse a los establos de Diomedes.
No sólo destacaban por su tamaño y bravura, que había hecho del todo imposible su doma, sino por ser unos animales de una voracidad extrema, que el mismo rey acrecentaba haciéndoles pasar largos periodos de hambre. No eran ya amigas de briznas y pastos, sino que se deleitaban desgarrando la carne con unas fauces que en verdad eran impropias de su naturaleza equina.
Alimentaba el cruel rey a las yeguas con cualquier desdichado viajero que cometiera la imprudencia de aceptar su hospitalidad y con cualquiera que osara enfrentarse a él y a su irrebatible voluntad. Hércules, sabedor que no sólo tendría que enfrentarse a tan extraordinarios animales, sino a los súbditos del rey, partió para Tracia con la ayuda de algunos voluntarios. Atacaron por sorpresa los establos, derrotando con facilidad a los mozos que trabajaban en ellos y huyeron prestos hacia el mar, con las yeguas en poder del héroe, que tensaba con fuerza las cadenas para domeñarlas.

Pero el enemigo estaba demasiado cerca y no había tiempo para apretar las barcazas para llegar a la nave y las yeguas se resistían a entrar en las jaulas que habían dispuesto para transportarlas, así que Hércules decidió dejarlas al cuidado de Abdero, uno de sus acompañantes. El esforzado hijo de Júpiter divisó desde lo alto de una loma a sus perseguidores que, aunque aún lejanos, suponían un peligro inminente. Los bistones eran buenos jinetes y superaban en mucho a la expedición de Hércules, así que éste tuvo que tramar una estratagema para detener su acometida. Abrió con la fuerza de sus brazos un canal que hizo que el mar inundara la llanura que los separaba de sus enemigos, adentrándose como una lengua burlona en las tierras de Diomedes.
Rió Hércules al comprobar cómo las huestes frenaban su marcha, extrañadas ante aquel inesperado cenagal cuyo origen desconocían. Temerosos por la posible intervención de los dioses, muchos de ellos retrocedieron despavoridos, entre ellos el propio rey Diomedes, al que el propio Hércules persiguió, abatiéndolo con un golpe de su clava.
Al regresar a la orilla del mar, con tan regio prisionero, descubrió horrorizado que las yeguas salvajes habían logrado desprenderse de sus cadenas y habían abatido al pobre Abdero, cuyo cuerpo era ahora mero alimento de aquellas bestias despiadadas. Enfurecido por aquella muerte tan cruenta, Hércules arrojó al rey a las que habían sido fiel instrumento de muerte y terror.
"Conoce por fin el verdadero alcance del dolor, rey ingrato. Tú que profanaste los sagrados deberes de la hospitalidad, cae ahora a los pies de los monstruos que tu odio ha creado, pide asilo en el Hades.
Las yeguas, aún hambrientas, se abalanzaron sobre su hasta entonces dueño y señor, dando buena cuenta de él y haciendo caso omiso a sus gritos encolerizados. Ya saciadas y libres del tirano, se adormecieron y pudieron ser enjauladas sin apenas dificultad".

Rumbo a Micenas, inmerso en sus pensamientos, Hércules no podía dejar de fantasear con que algún día podría hacer con Euristeo lo mismo que con Diomedes. Harto de la maldad y corrupción de los hombres, cansado de tanta mezquindad, no le quedaba sino la determinación de llevar a cabo su destino y encontrar al fin la libertad bajo el auspicio de los dioses. 



                                    El Cinturón de Hipólita
Euristeo, enojado por la presteza con la que Hércules realizaba las tareas que le encomendaba, quiso complacer la caprichosa voluntad de su hija Admete. Hacer que el más extraordinario de los hombres se encargara de satisfacer el antojo de una adolescente no dejaba de ser una forma de humillación que complacía los enrevesados designios del monarca.

La joven Admete, acostumbrada a los lujos de palacio y a la inmediata satisfacción de sus deseos, había desarrollado un carácter caprichoso, dominado por la envidia y que no era sino el fiel reflejo, a pequeña escala, de la naturaleza de su padre. En secreto, codiciaba la libertad que tenían otras muchachas de su edad, pero se veía incapaz de renunciar a las comodidades de su condición. Se conformaba imaginando aventuras que jamás acometería mientras escuchaba las proezas de las amazonas que una vieja criada le contaba por las noches.
Quiso el azar que el rey oyera a su hija mencionar que le encantaría poseer el extraordinario cinturón de oro que Ares había regalado a Hipólita, reina de las amazonas e hija suya. De inmediato, Euristeo mandó a Hércules obtener el preciado trofeo a toda costa y entregárselo a Admete.
Era largo el viaje hasta el reino de las amazonas, así que Hércules zarpó acompañado de un grupo de los mejores y más esforzados guerreros, entre los que se encontraba el mismísimo Teseo. Todos ellos eran conocedores de la bravura de las amazonas, un pueblo de guerreras, las primeras en usar montura, que no reconocían vasallaje alguno a ningún hombre. Entre ellas se encargaban de gobernar, administrar y defender las tierras, relegando las tareas más serviles a los hombres, a los que incapacitaban desde pequeños para la guerra y la lucha.
Habitaban junto al río Termodonte, cerca del Mar Negro, donde habían instituido tres tribus. Hipólita era la primera entre todas las amazonas y reinaba sobre la tribu más importante y se sentía amada y protegida por su ejército de guerreras, armadas con arcos cortos y escudos en forma de media luna, fuertes doncellas vestidas con las pieles de fieras salvajes que ellas mismas abatían.

El viaje por el Mediterráneo de Hércules y los suyos hasta llegar a las tierras habitadas por las amazonas no estuvo exento de dificultades, pero todos ellos tenían claro el principal objetivo de la expedición: enfrentarse a aquellas extraordinarias guerreras. Preparados para la lucha, desembarcaron cerca de la desembocadura del río Termodonte y montaron el campamento con la premura de quien no había pisado tierra firme en muchos días. Algunos de los marineros estaban expectantes por ver a las amazonas, pero Hércules les advirtió que no eran éstas delicadas damiselas que se dejaran seducir por lisonjas o cumplidos. Cansados por el largo viaje, se retiraron a sus tiendas, a la espera de lo que les depararía la salida del sol.

Hércules se despertó azorado a media noche. El leve crujido de una rama al partirse le puso sobre alerta. Había alguien en las inmediaciones de su tienda, así que buscó en la oscuridad la tranquilizadora presencia de la espada que reposaba junto a su lecho. No fue en vano. Una sombra alargada irrumpió en el interior, ocultando la luz de la luna que entraba por la puerta y se acercó hasta él. Hércules guardó silencio, esperando a que el intruso se acercara un poco más y justo cuando estaba a punto de alargar el brazo para ensartarlo con la hoja de su espada, escuchó una voz femenina.

– Detén tu brazo, poderoso Hércules. No quieras medir tu fuerza con la destreza de la reina de las amazonas.

Hércules se incorporó con una media sonrisa, pero sin soltar la empuñadura de su espada.
– Hipólita… Mis ojos se acostumbran ahora a la oscuridad y te reconozco por el brillo de tu cinto y la audacia de tus palabras.
– No temas, héroe. No he atravesado la oscuridad hasta meterme en tu tienda para arrastrarte al Hades, sino para que nos encontráramos a solas, antes de que el acero mediara entre nosotros.
Hipólita se sentó sobre el lecho de Hércules, con una sonrisa en los labios. Aunque sus palabras indicaban lo contrario, sus intenciones inicialmente habían sido otras muy distintas a la charla amable que ambos estaban manteniendo. Sabedora de la extraordinaria fortaleza del hijo de Zeus y temiendo que quisiera usurparle su reino, quiso anticiparse a cualquier movimiento de éste y aprovechar la noche para arrebatarle la vida. Pero al encontrarse frente a él y pese a su naturaleza arisca y guerrera, la reina de las amazonas cayó embelesada por la belleza y extraordinarias virtudes que adornaban a su oponente. No era, desde luego, como ningún otro hombre que hubiera conocido y su corazón se ablandó como la tierra bajo una lluvia inesperada.

– No creas que desconozco tus intenciones, Hércules. La crueldad con la que Euristeo maneja a su antojo las riendas con las que quiere someterte es famosa en toda la Hélade. Sé qué has venido a buscar – susurró, mientras rodeaba con sus manos la hebilla dorada del cinto que sujetaba sus ropas – pero va a ser éste el más dulce y sencillo de tus trabajos. Reposa por un momento de tus tribulaciones, porque de buena gana voy a entregarte aquello que anhelas.
Hipólita desprendió la hebilla que sujetaba el cinto en torno a sus fuertes caderas y se lo entregó ruborizada a Hércules. No se parecía en nada a la reina fiera y montaraz de la que tanto le habían hablado. La que estaba a su lado era una recién desposada que se encontrara a solas por primera vez con su marido.
Pero no quiso la envidiosa Hera que aquella noche acabara en romance, sino en guerra. Tomó la diosa la forma de una de las amazonas y recorrió el campamento alertando a todas ellas de la desaparición de su reina, con gritos tan terribles que los caballos relinchaban asustados, conocedores de la naturaleza divina de la furia que recorría como una serpiente las huestes de las amazonas.
– ¡Despertad, compañeras! El bastardo de Zeus ha raptado a Hipólita en mitad de la noche, vuestra reina se halla cautiva en poder del más detestable de los hombres. ¿Acaso no acudiréis en su ayuda? ¿O es que tal vez habéis decidido abandonar vuestra vida guerrera y adormeceros con el sonido de la rueca?
Así alentaba el odio la esposa de Zeus entre las amazonas, que ya montaban en sus ágiles cabalgaduras y tensaban enfurecidas las cuerdas de sus arcos, lanzando gritos de batalla mientras galopaban en pos del rescate de su reina.
Despuntaba el alba cuando Hércules despertó junto a Hipólita, alertado por los sonidos de la inminente batalla. Enfurecido al pensar que había sido víctima de un engaño que le había hecho bajar la guarda, increpó a la reina de las amazonas.
– Así que estas son tus malas artes, adormecerme con falsas promesas de amor bajo el manto de la noche, para atacarme a traición bajo la luz del sol. Veo ahora con claridad tu verdadero rostro, guerrera furtiva que crees poder vencerme con artimañas.
Hipólita no sabía a ciencia cierta qué estaba sucediendo, pero si sus amazonas estaban atacando el campamento, sería por alguna razón de peso. Quiso Hera confundir su mente aún entorpecida por el sueño y se abalanzó temerosa de que Hércules quisiera hacerle daño en busca de sus armas. Este gesto fue su perdición porque el héroe, viéndose atacado, abatió con un golpe certero de su espada a Hipólita, que cayó al suelo ya sin vida.
Enfurecido, salió de la tienda para enfrentarse con sus compañeros a las amazonas. Larga y cruenta fue la batalla, pues no eran éstas enemigo que se rindiera con facilidad, pero acabaron siendo derrotadas por Hércules y Teseo. 

Durante el regreso a Tebas, Hércules se mostró taciturno y entristecido. Recordaba la dulzura de Hipólita y maldecía que la expedición hubiera acabado de forma tan sangrienta, por una traición que no llegó a saber nunca que era tal. Entregó a su pesar el extraordinario cinturón de Ares a Euristeo, sabiendo que éste se lo entregaría a la caprichosa Admete, sin darle apenas importancia. Para Hércules, el cinto era a la vez una prenda de amor y el botín de una guerra que no hubiera querido llevar a cabo. Desde el Olimpo, más allá de las nubes, Hera sonreía satisfecha, contenta por haber convertido en jirones de seda rasgada el corazón de cuero de Hipólita, que hubiera sido digna merecedora del amor de Hércules.

                                      ACTIVIDADES

1) Completa en tu cuaderno los doce trabajos y busca información sobre La Manzanas del Jardín de las Hespérides, los Rabaños de Gerión y el Can Cerbero.

2) ¿ Como consiguió Hércules desollar al León de Nemea?

3) ¿ Con qué dos grupos de monstruos antropófagos se enfrentó Hércules?

4) ¿ Cuál ere la prenda más famosa que Hércules vestía? ¿Cómo la obtuvo?

5) Haz una lista de los doce trabajos de Hércules, mencionado: Cuál fue la principal dificultad que el héroe tuvo que vencer en cada trabajo; de qué habilidad se  valió para ello ( fuerza, astucia, resistencia, puntería...) qué instrumentos y armas utilizó en cada prueba.

6) ¿ Cual de los nombres de los monstruos con los que se enfrentó Hércules se utiliza en la retransmisión de los partidos de fútbol?  Explica la relación entre ambos conceptos.

7) ¿Qué famoso pintor español recoge en su obra los trabajos de Hércules? ¿Donde es encuentran algunas de estas obras?










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