Batalla de las Termópilas

El año 480 a. C. siete mil griegos al mando del rey espartano Leónidas resistieron valerosamente en el paso de las Termópilas el empuje del Ejército Persa mandado por Jerjes, hijo de Darío.
Los griegos defendieron el paso de las Termópilas hasta que Efialtés, un campesino traidor, mostró a los persas un sendero que conducía al otro lado del desfiladero. Cuando Leónidas advirtió que iba a ser rodeado retiró al grueso de sus fuerzas y se quedó sólo con 300 espartanos. En el lugar de la batalla se levantó un monumento con la siguiente inscripción: «Caminante ve a decir a Esparta que hemos muerto aquí por obedecer sus leyes».
En esta ocasión los alumnos de 2º de la ESO, han sido espartanos por un día, y han rememorado en primera persona la crucial batalla de las Termopilas. Aquí os dejo la redacción de Lucía Blázquez.


                En estos últimos momentos, tan cerca del fin, de alcanzar el Hades, deseoso de morar en los campos elíseos, pues muero luchando, rememoro los acontecimientos que provocaron este fatídico desenlace.
                Cuando llegamos al paso de las Termópilas, dirigidos por uno de nuestros reyes , Leónidas, teníamos claro que no íbamos a sobrevivir, y si alguien albergaba semejante esperanza, quedó erradicada cuando divisamos el mar de hombres que componían el ejercito persa, pues parecía que esa multitud continuaba más allá del horizonte. No es que nosotros fuésemos pocos, éramos trescientos espartanos entrenados desde niños para la guerra respaldados por el orden de siete mil soldados griegos. Francamente, nuestro principal objetivo era entretener a los persas el tiempo suficiente para que los soldados atenienses pudiesen organizarse para la batalla.

                Estuvimos aguardando un ataque por parte de Jerjes 1º unos cinco días y cuando por fin se decidió nos envió a su infantería ligera, que nos superaba en número. Pero sus escudos de mimbre, sus espadas cortas y sus lanzas arrojadizas, no fueron rival para el muro erizado lanzas que formamos con nuestros escudos macizos hechos de roble, además, nos habíamos situado en una posición privilegiada, en un paso angosto, que anulaba su ventaja, pues ocupábamos todo el espacio disponible y teníamos suficientes hombres como para ir turnándonos y prevenir la fatiga. Por estos motivos, les derrotamos sin apenas bajas por nuestra parte y recuerdo alegrarme pues afortunadamente ningún familiar mío podía contarse entre los desafortunados. Una vez medidas nuestras aptitudes, nos asaltaron los inmortales, denominados así porque eran diez mil soldados que eran sustituidos por otros conforme iban muriendo lo que generaba la impresión de que nunca morían. Ante este ataque fingimos batirnos en retirada y los matamos mientras nos perseguían, pues estaban desconcertados ante semejante táctica.                            
                Al día siguiente, volvimos a ser atacados ya que Jerjes supuso que tras el duro combate del día anterior nuestras filas estarían incapacitadas y podrían superarnos sin esfuerzo alguno. Viendo que se equivocaba, decidió retirar sus tropas y de este modo tuvimos un día relativamente tranquilo hasta que un vil traidor llamado Efialtes nos condenó dándole a los persas la clave para vencernos , podían atacarnos por la retaguardia si atravesaban el camino que este les indicaba. Fuimos avisados de lo sucedido y esta mañana Leónidas nos insufló ánimo pues estábamos disfrutando de lo que sería nuestro último desayuno, ya que esa noche cenaríamos en el Hades. También ordenó a los ejércitos griegos que se fuesen pues si no lo hacían solo lograrían malgastar una vida que podría servir para derrotar a los persas en el próximo enfrentamiento. A pesar de esto, algunos pueblos se negaron a irse cuando los persas nos empezaron a atacar con ese arma de cobardes llamada arco, pues es un método para no enfrentarte a tu contrincante directamente.
                Ahora yazco en este valle, pues he sido alcanzado en una arteria por una flecha, mientras me desangro, observo este paraje escarpado con fascinación. Me aferro a mi espada, ya que puedo usarla para pagar a Caronte, y sumido en ese indescriptible estado anterior a la muerte exhalo mi último aliento.     



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